martes, 1 de julio de 2008

Parsimonia

El mundo de las apariencias ha llegado. Movimiento constante que la sociedad alimenta. Descripción dañina que no tiene otro objetivo más que la competencia. Perdurar en un tiempo seco, turbio, condena al pobre iluso a una masturbación intelectual.
Prender la luz y encontrarse cara a cara con el revoltijo, con el desorden. Una paciencia no son varias. El mundo que hiciste siento que ahora me condena como un teleteatro eterno e interminable. Te he extraviado, y lo hice legítimamente, a mi manera, con aceptación plena de altanería y soberbia. Paso noches colmadas de aprensión y ardiente llanto, confesaré, eso por cierto no me está vedado. El día secaba mis ojos; y me invadía el espanto de tener en la jaula un pobre pájaro encerrado. Si te hubiera amado menos, o jugado con astucia, ciertamente habría podido retenerte por más tiempo.
Si lograra vencer esta angustia—los hombres pueden sí—no haría sino acordarme, y hablar mucho y bien de ti. Pasé por todos los ritos de postergación del momento de dormir. Frente a la ventana clavé las uñas en las palmas de mis manos para hacer brotar sangre expiatoria. Apreté con fuerza, dejándome marcas en forma de comas que me dolían, pero no lo suficiente.

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