lunes, 28 de abril de 2008

El todo en partes

A nadie se parece. Siempre tiene la jeta adornada con sonrisas, sonríe a todos. Capaz de tantas clases de sonrisas, como personas hay en el mundo. Parece pura, es un sueño que pasa delante de los ojos y no por detrás como los otros sueños. Impúdica en su soltura tortura la paciencia. Ella sabia de mi vida aventurera, que poseía un pasado vago y secreto, lleno de demonios. A sus preguntas escarbadoras las alejaba con una mirada irónica pero turbada, tenia en claro que luego de su interrogatorio, mi rostro hacia una inquietante exhibición de muecas que dejaba en ella la amargura de la duda.
Que lo sienta. Todo estaba por decirse, aunque solo se sentía. Con la mascara del sufrimiento puesta, encaro una especie de muerte violenta.
Los parpados del moribundo se levantan, la muerte le otorga ya este titulo, el último al cual tiene derecho el ser humano en la tierra, y con los ojos fuera de las órbitas, desorbitados, como si por fin comprendiera su estado ultimo, ella aumenta aun más mi malestar. Sus ojos expresan el terror de hallarse en trance de agonía y me suplica, a mí, un vivo, que todavía soy fuerte, poderoso. Me imploran, en tanto que, inmóvil yo ni siquiera puedo hacer un ademán hacia ella.
No—Siento deseos de gritarle para que pueda oírme desde la vertiginosa distancia que ya nos separa—no es una pesadilla, no sueñas una espantosa fantasía que podría ahuyentar despertándote. No…, te mueres de verdad y nada puedo hacer para salvarte; aunque estuviésemos cien amigos a tu lado, la muerte está aquí, más fuerte que todos. Perdóname, pero así es. Me hallo en el mismo corazón de la impotencia.
Entonces como si acabara de decir todo eso en voz alta, o como si hubiese adivinado mis pensamientos, vuelve la cabeza hacia mi y me mira con tal intensidad que, bajo los efectos de su mirada temo que, al reconocer ingenuamente la implacable verdad la habré herido y humillado profundamente, asestando un golpe cobarde a su impotente esperanza. Me mira fijamente, se empeña es traspasarme con los puntos negros embotados de sus ojos, ya empañados. Pero no hay odio es su mirada. Es una llamada. Un contacto de espíritus. Al fin comprendo que desearía hablarme. Sí, su voluntad aunque endulzada, intenta claramente infiltrarse en la mía, atenta. Se insinúa en mí y penetra en mí, y a pesar de su debilidad, abozala mi aliento, me ata, me aniquila.

1 comentario:

©Claudia Isabel dijo...

La señora muerte...
Que gusto Dioniso tenerte por estos lares...
Un abrazo